Desde los principios de la humanidad el hombre se ha preguntado el por qué de las cosas; según se enseña(o se enseñaba) en filosofía de Bachillerato, Tales de Mileto fue el primer hombre conocido que pasó del mito(la creencia en que, por ejemplo, el día consistía en que uno de los dioses pasaba con su carro dorado por el cielo) al logos, el conocimiento asentado en datos más o menos empíricos.
Pasamos por delante de Aristóteles, gran filósofo del mundo antiguo; cuando el biblotecario de Alejandría se propuso clasificar los escritos del filósofo vió que unos hablaban sobre el movimiento, el mundo; sobre cosas físicas. Pero también encontró unos que hablaban sobre el alma, cosas que iban más allá de la pura física. Y los clasificó como Metafísica(literalmente significa más allá de la física).
Avancemos unos cuantos siglos. En Italia, Leonardo da Vinci además de pintar la famosísima Mona Lisa, hacía estudios sobre la anatomía humana e inventaba complejos aparatos buscando hacer la vida más fácil.
Hasta bien entrado el siglo XX, las personas dedicadas a la ciencia eran hombres cultos, que no sólo eran grandes conocedores del campo en el que estudiaban; también sabían del resto de las ciencias y las artes. Lo que les caracterizaba no era tener grandes conocimientos sobre tal o cual parte de la ciencia, más bien unas grandes ansias de conocer el mundo y al hombre: eran sabios.
¿A dónde quiero llegar? A trasladar la preocupación de que ahora no preocupa formar sabios, sino grandes especialistas en nada.
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